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Erase una vez un lejano Reino situado en el Oriente, al Norte de la América del Sur, tan antiguo, pero tan antiguo, que aún no se habían inventado los relojes ni los calendarios cuando este Reino ya existía.

Su gobernante era el Monarca “Julianson Canutus Rausseo III”, bien amado por todos sus súbditos por su bondad, humildad y honradez.

La vida en el Reino transcurría plácidamente; no había corrupción, ni delitos, no había inflación, ni gente pobre, ni rica, no habían partidos ni presos políticos. Las casas no tenían puertas, ni techo(s), ya que curiosamente, nunca llovía en esa zona del continente.

Un buen día, El Monarca Canuto III caminó hasta la Plaza Central y comenzó a tomar medidas y a ver al cielo. En eso estuvo 4 días y 4 noches hasta que ordenó a los carpinteros reales que le trajeran muchos troncos de madera.

La gente del pueblo mismo vio con extrañeza cómo se fue llenando la plaza de miles de troncos de árboles gigantescos, hasta que el Rey decretó en su alocución del domingo que ya era suficiente.

El mismo lunes, muy temprano en la mañana, comenzó a dirigir personalmente la construcción de tres barcos sobre la misma Plaza Central, a los cuales cariñosamente bautizó “Carota”, “Ñema” y “Taja”. El pueblo estaba muy extrañado, ya que el Reino de Musipán estaba muy, muy lejos del mar. Allí comenzó el rumor. La gente decía que su Rey se había vuelto loco, que le faltaba un tornillo. Qué era eso de construir tres barcos en medio de una plaza?
Pero la gente quería mucho a su Monarca y cariñosamente le apodaron en secreto “Canuto El Loco”. Los días fueron pasando y la gente veía que los barcos ya estaban a punto de ser termina dos.

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